El larguísimo reinado de Isabel II es la enigmática historia de una mujer tímida e inaccesible que convirtió la aceptación de su destino y la apasionada defensa de la corona en una suprema razón de vivir, además de una pantalla impenetrable. Con una excepción: la fotografía, compañera tanto en su largo viaje como monarca como parte de la iconografía del siglo. Fue el único escenario en el que, cediendo, aunque sea por unos minutos, a las leyes universales de la luz y a las exigencias prácticas de un retratista, la Reina se reveló verdaderamente.